No vengo, en esta ocasión, a ofrecer mi corazón, como afirma la canción de Fito Páez. Simplemente titulo así esta pequeña reflexión sobre el mensaje que, sin quererlo, nos deja Efraín Abel Delgado y su abuelo, aquellos que saltaron a la fama gracias a una foto que se viralizó. El niño que camina, de ida y vuelta, todos los días, los 6 kilómetros que separan de su escuela, acompañado de su abuelo, resulta ser un ejemplo para todos los argentinos.
No nos merecemos a Efraín, este país que pretende igualarse a la mitológica Jauja, que amanece cada mañana ansioso de expandir los chismes que se oyeron en el programa de Tinelli, no se merece a Efraín.
Pero hay otra Argentina, distinta a la de los curas del Provolo, distinta de esa masa de “hombres ligth", que se nutre intelectualmente de la TV y que habita nuestras grandes ciudades, una Argentina distinta de aquella en la que abundan los funcionarios corruptos. Es la Argentina de Efraín y su abuelo, y la de tantos argentinos para quienes la heroicidad forma parte de su vida cotidiana, es la verdadera Patria, la tierra de nuestros padres, la de San Martín y Belgrano, la de miles de curas y laicos santos que no hacen tanto ruido como los abusadores, la de millones de argentinos que viven de su trabajo y cuidan a su familia.
NO TODO ESTÁ PERDIDO, sólo tendremos que abrir bien los ojos para encontrar a los cientos, miles, o tal vez millones de héroes anónimos que habitan nuestro suelo. Ellos deben constituir el ejemplo a seguir, para lo cual deberemos dejar de mirar a la Argentina sucia y comenzar a ver a la verdadera, a esa que la suciedad no nos deja ver.
Cuando logremos ver a todos los Efraines que habitan nuestra Patria, tal vez, podamos parecernos un poco a ellos, tal vez, comencemos a merecernos tener niños como Efraín Delgado. Es difícil, porque la masa nos empuja a creer que la verdadera Argentina es la que nos muestran los medios todos los días, porque para trascender hacia la verdadera Argentina hay se ser un poco héroes, porque indefectiblemente la tarea de pensar y realizar en nuestras vidas la misión de reconstruir la Patria implica afrontar la incomprensión y la soledad. Pero este es, según mi particular punto de vista, el único camino para la restauración total de la verdadera Argentina.